martes, 20 de abril de 2010
Cuento: Metamorfosis Ganimediana
La visión del mar siempre
tranquilizaba a Luella. No importaba si ese mar estuviera ubicado en
la Tierra, en Neptuno o como era el caso, aquí en Ganímedes. No
importaba que como lo veían sus ojos, el cielo estuviese gestando
una tormenta. Al contrario, eso hacía que el mar verde –violeta de
Ganímedes adquiera tonalidades que ninguna paleta o pincel de
artista podía siquiera soñar con reproducir.
El mar la tranquilizaba,
si. Especialmente, después de estar navegando seis meses en el
espacio. Aburriéndose de contemplar el vacío negro salpicado de
estrellas. Después de pasarse años sirviendo como piloto de naves
cargueras, el universo pasaba de ser del espectáculo deslumbrante de
los primeros tiempos, a la categoría de fantasmagórica rutina de
trabajo.
Pero el mar, ¡Ah, el mar!
Siempre era cambiante. Especialmente este mar ganimediano. Pisaba con
fruición la playa de arenas azules y de a ratos, daba vistazos hacia
las rocas de extrañas formas que se alzaban en la playa. Era la
segunda vez que su espacionave de carga aterrizaba en Ganímedes,
pero era la primera que podía ir a contemplar el mar. Aquella vez
inicial, la carga y descarga de la mercadería que transportaba desde
las colonias de Marte, había sido muy rápida. En apenas dos días
ya estaba abandonando el espaciopuerto.
Ahora era distinto. Una
avería en uno de los motores fotónicos lo demoraba todo. La nave
tendría por lo menos un mes anclada en los talleres del
espaciopuerto y los de la Compañía rabiarían de lo lindo. Esos
días de inactividad tendrían que pagárselos, era parte del
contrato como piloto que había firmado con esos chupasangres de la
burocracia que amontonaban orodólares mientras pilotos y tripulantes
dejaban la vida yendo y viniendo por los todos los agujeros habitados
del sistema solar.
¡Un mes para ella sola!
Diablos, hasta estaba comenzando a recordar que era una mujer. Y
apetecible, por cierto. Ya su copiloto, Jim Ericsson le había hecho
insinuaciones. El espaciopuerto disponía de hoteles confortables,
donde una pareja podía pasarla la mar de bien- Le dijo. Y no era el
único, Rennie, el jefe de mecánicos de la nave, hasta se había
permitido tocarle el trasero. Claro que el moretón en torno a su ojo
derecho, todavía no se había esfumado. Y pasaría un tiempo para
eso.
Una mujer que ha
transcurrido buena parte de su vida piloteando cargueros especiales,
no es precisamente, una beba de pecho.
Mirando el mar, Luella se
dio cuenta cuanto extrañaba la Tierra y la casa de sus padres de
Florida.
Al menos, se consoló
pensando en que ahorraba buen dinero. Un día se hartaría de todo,
volvería al querido planeta natal, compraría una casa…y quizás
hasta buscaría marido. Criaría hijos y envejecería dulcemente,
tratando de olvidar todos esos malditos años que había pasado,
saltando de mundo en mundo como canguro, frecuentando cantinas de
espaciopuertos atiborradas de pilotos, mecánicos, changadores,
contrabandistas, ebrios, prostitutas y toda la basura galáctica que
uno se pudiera imaginar.
La mente, su mente, se
liberaba cuando miraba el mar. Allá, en lo alto y a lo lejos, el
trallazo de un repentino relámpago anunciaba la tormenta. Que
lloviera todo lo que quisiera. Ella iba a quedarse allí, dándose un
baño de naturaleza planetaria.
Y entonces descubrió que
no era la única que estaba en aquella bella y solitaria playa de
arenas azules y mar verde-violeta.
Había otro visitante. Y
no era humano.
Era un ganimediano.
Luella lo evaluó. No era
un feo ejemplar, todo lo contrario, era hermoso. Los ganimedianos son
muy parecidos a los seres humanos. Todos son rubios y muy blancos, lo
único que los diferencia (al menos en lo exterior) es su frente,
bastante prolongada para ser la de un humano. Fuera de ese detalle,
podían pasar perfectamente por un habitante del planeta Tierra.
El ganimediano se acercó
a ella. Cuando estuvo a un par de metros, alzó la mano en el típico
saludo que hermanaba a todos los habitantes del sistema solar. Luella
hizo lo mismo. El ganimediano sonrió.
-No debería quedarse
aquí. Viene la tormenta. Y será violenta.
-No temo. Me paso la vida
piloteando cargueros planetarios. Un poco de lluvia en el rostro no
me hará ningún daño.
-Me llamo Ash y "no será
un poco de lluvia en el rostro". Será "mucha lluvia en el
rostro".
Luella se echó a reír,
pero terminó tapándose la boca y murmurando una disculpa.
-Soy Luella Jameson.
Perdone, no me reía de usted, sino de la forma en que dijo lo que
dijo.
-Mis amigos opinan que
siempre tengo buen humor- replicó Ash.
Y entonces hubo un trueno
espantoso que asustó a la mujer, la cual trastabilló y fue a dar a
los fuertes brazos de Ash. En el momento siguiente llegó la lluvia
¡Y en que forma! Llovía a baldes y el cielo encapotado se
desgarraba en relámpagos. El mar se había puesto a dar cabriolas,
y encrespadas olas batían furiosamente la playa.
-Diablos, me estoy
empapando en serio- Dijo ella, apartándose de esos brazos que, por
unos momentos la habían cobijado.
-Se lo previne. Desde hace
un rato que la estaba observando. Desde lo alto de aquella roca ¿Ve?-
Ash señaló algo que ella no podía distinguir. Ahora el viento
rugía con fuerza de ciclón. Luella tenía sueltos sus largos
cabellos oscuros que latigueaban bajo ese viento.
-Venga, vamos a mi casa.
Yo vivo cerca de aquí. Soy el guardamar.
-¿El qué?- Luella no
podía oírle claramente, debido a la furia del viento y la lluvia,
pero se dejó llevar por aquella mano que había tomado la suya.
Avanzaron como dos fantasmas bajo la tormenta que había mutado la
playa, de un lugar paradisíaco, en una sucursal del infierno.
Treparon por entre las
rocas, ella resbalando casi a cada paso y él, sosteniéndola. Al fin
apareció la vivienda. Una típica casa abovedada ganimediana muy
parecida a los "iglús" esquimales de la tierra. Cubrieron los
cien metros finales con Luella que casi se ahogaba, de tanta agua que
caía.
El entrar fue todo un
respiro. La piloto de cargueros espaciales chorreaba agua por todos
lados. Un fuerte estornudo fue el aviso del resfrío que se
avecinaba.
-Las tormentas
ganimedianas invernales son en extremo feroces.
-Diablos. No lo
sabía...bueno, ahora que lo pienso, escuché algún comentario por
ahí, pero realmente no imaginé que… ¡Atchiss!
-Está empapada.
-Usted también lo está,
Ash.
-Yo voy a cambiarme,
porque también los ganimedianos nos resfriamos.
Ella se quedó acurrucada,
comenzando a tiritar.
-Venga- Ash abrió el
placard. La mitad del mueble estaba ocupado por ropas femeninas.
-Lleve lo que necesite,
vaya al baño y cámbiese.
-Gracias- Sin pensarlo,
ella escogió un abrigado suéter y una pollera tableada. Entró
al baño, se quitó las ropas convertidas en una masa húmeda y se
dio una ducha caliente que la vivificó.
Cuando volvió al
comedor, percibió el olor delicioso de la comida recién sacada del
horno neutrónico. Y se quedó tiesa, mirando a la muchacha
ganimediana que estaba colocando la fuente humeante en la mesa, donde
ya se hallaban depositados dos platos, dos copas y los
correspondientes cubiertos.
-Oh, lo siento…Usted
debe ser… la esposa de Ash…
La muchacha ganimediana
sonrió. Era muy hermosa.
-No precisamente.
Luella se mordió los
labios. Que estúpida. Debía tratarse de alguna hermana (era muy
parecida a Ash) o una amiga…o una amante.
-Soy Ash, Luella.
Un trueno estrepitoso hizo
temblar la casa. La furia del viento que parecía adquirir contornos
de ciclón, hizo vibrar la casa. Con un ademán, Ash la invitó a
tomar asiento.
"Vaya, que lástima… entre
los ganimedianos también debe haber homosexuales, o como quiera que
se les diga, en su idioma", pensó la piloto.
Le sonrió y Ash le
devolvió la sonrisa. Comieron. La cena estaba deliciosa y Luella
olvidó por unos instantes la tormenta que rugía allá afuera.
-Es vino romulano,
pruébelo- Ash le sirvió una copa. Ciertamente el vino era bueno,
dulzón y embriagador. Luella nunca había probado una bebida así.
-Usted no sabe mucho de
los ganimedianos, ¿verdad?
-Temo que no, señor Ash.
-¿Acaso parezco un varón,
ahora?.
-Perdone, no quise
ofenderlo. Tiene el derecho de elegir la preferencia sexual que
quiera. No me incumbe.
Ash se echó a reír.
Luego bebió un poco de vino de su copa.
-La homosexualidad se da
en la especie humana, no en la ganimediana.
-Me temo que no comprendo.
-Vuelvo al punto anterior.
Usted no sabe mucho sobre nosotros, los ganimedianos.
-La verdad es que no, Sólo
que son bastantes parecidos a nosotros, los humanos.
-Nosotros podemos cambiar
de sexo… con solo concentrarnos mentalmente. Por eso tengo ropas de
varón y mujer en el placard.
A Luella casi se le cayó
la copa de la mano, al escuchar esto.
-¿Pueden qué…? Oh, no
pretenda que crea eso, por favor…
Ash asintió con un gesto,
la mar de divertido.
Y ante los asombrados ojos
de la terrícola, comenzó a transformarse. El generoso busto que
lucía, comenzó a retirarse, los carnosos labios se volvieron finos,
las largas uñas femeninas desaparecieron. Solo los ojos y el color
del cabello no variaron.
Luella se asustó y
mirando la copa de vino que tenía en la mano, la depositó sobre la
mesa. El vino debía tener alguna droga o algo por el estilo. Le
afectaba el cerebro, haciéndole ver cosas que no eran reales.
-Debo…debo irme, lo
siento, yo…
-No le aconsejaría que se
fuera. Todo es un lodazal. Los rayos caen por todas partes. Creo que
es el peor momento de la tormenta. No debe temer nada de mí.
-Si es cierto que puede
hacer… lo que creo que hizo, ¿por qué no se quedó como varón?
-Para no intranquilizarla-
Nuevamente Ash comenzó a metamorfosearse. Los pechos femeninos se
desarrollaron, la boca se tornó jugosa y tentadora, las largas uñas
asomaron de los dedos. El buzo que tenía puesto, acompañaba todos
estos cambios de figura.
-¿Intranquilizarme?
-Temo que deberá
pasar toda la noche aquí. Por la tormenta, digo. Y sólo hay una cama
de dos plazas en mi casa. Es incomodo dormir en el sofá. Si le toca
dormir junto a un extraño, en su caso, será mejor que se trate de
una mujer. Eso es lo que pensé. Disculpe, no quise asustarla ni
ofenderla.
-La metamorfosis
es… ¿completa?
-Totalmente. En este
momento poseo genitales femeninos…iguales a los suyos, si me
permite la irreverencia-
Luella tomó aire muy
despacio. El asunto era casi inverosímil. Después, lentamente, la
situación comenzó a divertirla. "Alguna vez contaré a mis nietos
que dormí con alguien que no era ni varón ni mujer", pensó.
-Tengo café de Titán. ¿Le
apetece?
-Sí, pero yo lavaré los
platos.
-No debe molestarse, es mi
huésped. El trabajo de guardamar, el de cuidador de playas, es muy
aburrido en el invierno ganimediano. Estoy muy feliz de tenerla aquí.
-Insisto, yo lavaré los
platos, Ash.
-Llámeme Ashia. Es más
conveniente, en mi estado de metamorfosis.
-Bien, Ashia, si eso le
hace sentirse mejor.
El aromático café
titanio resultó muy bueno.
Ashia encendió la luz del
dormitorio. El sitio era acogedor. La cama de dos plazas estaba
provista de dos almohadas, sábanas impecablemente limpias y gruesa
frazada. Afuera, el viento ciclónico seguía batiendo la casa.
La ganimediana le extendió
un camisón transparente.
-Póngaselo y acuéstese.
Yo tengo unos informes que redactar. Iré después.
Ashia cerró la puerta y
desapareció. Luella se encontró dando una risita (algo tendría que
ver el vino romulano con su alegría). Se despojó del suéter y la
pollera y se colocó el camisón. Antes de acostarse se contempló en
el espejo. Tenía buena figura, si señor. A los treinta y pico una
mujer está en la flor de la edad.
Pensó que iba a demorarse
en dormir. Se equivocó. Un rato después estaba completamente sumida
en los abismos del sueño.
Afuera la tormenta rugía
con más furia que nunca y el encrespado mar verde-violeta ya no
tenía esas tonalidades.
En algún momento de la
larga noche ganimediana, despertó. El viento hacía crujir la casa.
A su lado, un cuerpo tibio y perfumado descansaba. Era Ashia. Al
menos el ganimediano había cumplido su palabra de no
metamorfosearse, otra vez en varón. Luella se quedó con los ojos
muy abiertos en la oscuridad. Su mente no quería llevarla otra vez
al reposo. Su mente se preguntaba… cosas.
¿Cómo sería…?
Trataba de apartar esas
ideas de su cabeza, pero las ideas volvían una y otra vez empujando
como un ariete.
¿Cómo sería…?
Sintió que la boca se le
secaba. Cerró los ojos y la imagen de los pechos de Ashia acudió a
su cerebro. El contorno de su boca roja y generosa, comenzó a
torturarla. Ese perfume que tenía su piel…
La tormenta seguía
rugiendo allá afuera.
Su mano se movió en la
oscuridad, con la suavidad de una araña. Tocó la mejilla de la que
dormía El contacto con la piel de la ganimediana la electrizó. ¿Que
diablos estaba haciendo?, se preguntó en un arranque de tardía
lucidez. Jamás se había acostado con una mujer…
Con una mujer de la
tierra, claro. Pero esto era distinto. Según los cánones humanos
aquel ser no era exactamente una…
-Estás inquieta- Dijo
Ashia abriendo los ojos en la oscuridad. Se miraron largamente. Luego
la mano de Ashia se extendió bajo la frazada y la yema de sus dedos
rozó los pechos de Luella. Y la piloto recordó que hacía mucho que
no disfrutaba del sexo. La punta de sus pezones se endureció. Ahora
la mano de Ashia acariciaba suavemente su vientre y Luella la dejaba
hacer. La mano fue girando en círculos hasta llegar a rozar su pubis angelical. Luella emitió, entonces, un torturado gemido.
El dedo de la ganimediana
hurgó suavemente en sus genitales. La sensación de placer se volvió
inenarrable. Ashia la atrajo hacia ella y la besó largamente. Las
dos lenguas se encontraron y el beso se prolongó, haciendo subir los
decibeles del placer, a cimas impensadas. Luego la lengua de Ashia
se dio a la tarea de recorrer ávidamente su cuerpo. Hurgó en todos
sus pliegues y escondrijos y finalmente se adueñó del sexo de
Luella. En la oscuridad del cuarto los gemidos de la terrícola se
multiplicaron.
La tormenta continuaba
salpicada de latigazos de luz, provenientes de los relámpagos.
Aquella sesión de sexo la
agotó y Luella volvió a dormirse. Pero el sueño no duró mucho.
Nuevamente abrió los ojos. Ashia dormía a su lado, completamente
desnuda, Luella estaba en las mismas condiciones.
Aquella era una ocasión
única.
¿Cómo sería…?
Vaciló todavía unos
momentos, antes de despertar suavemente a la ganimediana.
Ashia bostezó.
-Perdoname…- Susurró
Luella.
-No hay cuidado…¿Quieres
más sexo? ¿Es eso?
-Sí.
Ashia la besó largamente
y luego se montó sobre ella.
-Espera… espera, por
favor.
-¿Qué ocurre?- Los
pechos de Ashia se balanceaban como tibios melones maduros, ante su
cara.
-Por favor, no quiero que
te molestes… hace un rato, fue sensacional, pero…
-Dime qué quieres. Dime en
qué puedo complacerte.
-¿Puedes… llamar a Ash?
Ashia sonrió y comenzó a
metamorfosearse de nuevo.
En la pantalla, Ganímedes
se alejaba cada vez más. Pronto sería uno de tantos puntos
luminosos en la noche del universo.
Jim Ericsson, su copiloto
la miró. Estaba fastidiado por haber sido rechazado.
-Al fin nos largamos de
ese maldito y aburrido planeta- Tartajeó.
Era cierto, las
reparaciones del motor habían sido efectuadas y el carguero
espacial, atiborrado de mercaderías regresaba a la vieja y querida
Tierra.
-No tan aburrido- Susurró
Luella, a los comandos de la espacionave.
- ¿Y tú? ¿Qué hiciste?
Estuviste desaparecida casi un mes…
-Estuve en la playa, hice
un par de amigos. Un varón y una muchacha ganimediana- Comentó distraídamente
ella.
-Bah. Te habrás aburrido
como una ostra. No sabes lo que te perdiste al rechazar mi oferta,
muñeca.
Luella ahogó una risa. El
muy idiota. Seguro que habría desparramado su semen en los
prostíbulos cercanos al espaciopuerto, para luego emborracharse en
la cantina y exagerar sus hazañas amatorias.
-Estuviste
confraternizando con ellos. Vaya… parecen bichos tan solemnes. Lo
dicho, te habrás aburrido como nunca.
-No sabes nada sobre los
ganimedianos. Te aseguro que son… sensacionales.
Y la piloto Luella Jameson
echó un último vistazo al planeta que, desde tenebrosas distancias
siderales, ya se confundía definitivamente con miríadas de astros y
estrellas.
F I N
(c) Armando Fernández
1 comentarios:
Muy buen relato me parece interesante le descripción grafica del lugar....
Felicidades
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