Mi primer cuento publicado fue Extraña amenaza, de ciencia ficción, ilustrado por el maestro Leopoldo Durañona. Se publicó en Selecciones Escolares Nº 174 de Editorial Codex el 11 de octubre de 1965. Yo tenía en ese entonces 20 años.
*****
Frank Wilbur, el operario del ultra-radar arrugó el entrecejo cuando la lucecita roja se encendió en el tablero y siguió parpadeando intermitentemente. Sus ojos se clavaron en la telepantalla con curiosidad profesional.
El objeto que caía a velocidad vertiginosa era desconocido, no le cupo duda. Oprimió un botón y al instante se comunicó con el área V 72, en donde su amigo Willy Prost con dos hombres, Sanders y Carson, patrullaba ese sector del todavía desconocido, extraño y misterioso planeta Venus. Casi en seguido escuchó la voz de Willy por el intercomunicador.
-¿Qué sucede?
-Objeto extraño en tu sector. Investiga y comunícame cualquier cosa anormal que suceda. Avisaré al capitán Marsh...
Cortó la comunicación y se disponía a llamar a Marsh cuando el silbido de una puerta-rampa al correrse le indicó que había alguien detrás de él. Se volvió. Era el propio Paul Marsh, el jefe de la única colonia terráquea en aquel mundo.
-Quería hablar con usted, capitán -dijo Wilbur y pasó a informarle sobre el objeto que ya no se veía en la telepantalla. Paul escuchó con atención y luego se comunicó con Willy Prost.
-Está descendiendo, señor. Lo vemos perfectamente, es una esfera. Nuestro cilindro volador está planeando en el lugar donde va a aterrizar. Nunca vi nada así... -prosiguió Willy-. No es de la Tierra... -agregó.
-No se arriesguen inútilmente. Si hay peligro retornen a la colonia.
-Comprendido. Está aterrizando...
***
Prost y los otros no se sentían nada tranquilos ante la presencia del artefacto que despedía brillos enceguecedores.
-Qué extraño... -comenzó a decir. En ese instante un zumbido estridente se elevó por sobre los murmullos de la jungla venusina. El cilindro volador se estremeció con violencia, perdiendo altura rápidamente y sus tripulantes advirtieron con espanto que las mil fauces de la jungla se abrían para devorarlos.
***
El capitán Marsh contempló a los tres hombres que recobraban la lucidez.
-Hace dos horas que los encontramos en un claro de la jungla. Su cilindro parece haber sufrido desperfectos. Pero no había rastros de una nave o cosa por el estilo. ¿Están seguros de haberla visto?
-No recuerdo, capitán... Me duele la cabeza, le juro que no sé de qué me habla... -dijo Prost. Marsh se volvió hacia el médico que estaba a su lado y éste dijo:
-Insolación, capitán. A esta hora el sol es mortífero. Estaban desvanecidos cuando los encontraron...
Marsh hizo un gesto vago y sacudiendo las ideas molestas de su mente abandonó la sala. Llegó al piso 8 y encontró a varios operarios con los rostros congestionados. El jefe de la sección corrió, presuroso, a su lado.
-¡La sala del reactor atómico es un infierno, capitán! ¡La temperatura es de varios cientos de grados centígrados! ¡No se puede entrar! Se ha iniciado una reacción en cadena en el reactor central.
-¡Un traje calórico, en seguida! -ordenó el valiente capitán sin amilanarse.
-Si no intento algo, la colonia será destruida. Con estas palabras Paul Marsh ya enfundado en el traje abrió la puerta de la sala y entró.
Todo estaba envuelto en una niebla azulina, algunos tableros eran presa de las llamas mientras que un furioso ronquido brotaba del reactor. Marsh se movió lo más rápidamente que pudo. Tropezó con algunos aparatos semidestruidos y siguió avanzando hacia la mole del reactor en cuyo interior bramaba la mortal reacción en cadena.
Subió ansiosamente la escalera que llevaba al centro mismo de la formidable máquina. El calor se hacía insorportable y el bramido del reactor ensordecía...
Corrió hacia los mandos, adonde la aguja del tablero señalaba peligro en letras muy rojas. Una de las palancas había sido movida para comenzar la reacción en cadena. No se detuvo a pensar qué manos criminales y perversas habían hecho eso y luchó por bajar la palanca cuando ya la aguja señalaba el punto crítico. Unos segundos más y la colonia dejaría de existir.
Paul bajó la palanca con el resto de las fuerzas que le quedaban mientras la vista se le nublaba y las piernas, doblándose en dos, se negaban a sostenerlo, dejándolo sin sentido.
***
Marsh contó mentalmente la cifra de hombres y mujeres que había en la colonia. Tres mil quinientos siete. Uno de ellos, al menos, había intentado destruirlos. Pero, ¿por qué? ¿Qué motivos podían haberlo guiado? Era el único centro de seres humanos que existía en el planeta Venus.
Muy rápido debía actuar antes de que las manos asesinas intentaran sembrar la muerte otra vez.
Se comunicó con la sala médica en la cual estaban internados los patrulleros del área V72.
-Quiero que los tres lleguen hasta mi despacho... -ordenó.
Después de algunos instantes la célula fotoeléctrica abrió la puerta de su despacho dando paso a los visitantes.
-Adelante, caballeros... -invitó mientras les señalaba tres sillones de alto respaldo que un rato antes no estaban en su oficina. Marsh lucía un par de anteojos rojizos que le daban una extraña apariencia. Los patrulleros tomaron asiento.
-Vamos a hablar de una extraña esfera... -dijo Marsh abruptamente. Los miró a través de sus curiosas gafas.
-Ya dijimos que no recordamos nada. La insolación... -Willy Prost sonrió afablemente siendo imitado por Carson y Sanders.
-Vamos a hablar de una esfera misteriosa y del atentado al reactor... -continuó Marsh. Entonces sí hubo algo en los ojos de los hombres.
-No sabemos nada de eso. Supongo que no pensará... Nosotros estuvimos internados todo el tiempo en que ocurrió el atentado. Los médicos y las enfermeras podrán atestiguar que...
Por detrás de las gafas la mirada de Marsh se ensombreció al comprobar que la teoría que creía alocada se le mostraba como una candente realidad.
-Si les pregunto a ellos dirán que efectivamente fue así... porque no se acordarán de lo que pasó en ese lapso...
La voz del capitán parecía estar dictando una sentencia.
-Uno de ustedes no es humano. Valiéndose de un arma desconocida desvaneció a los otros dos y al personal médico, llegó al piso 8 e intentó hacer volar la colonia.
-¿Qué hicieron con Willy Prost? -gritó dirigiéndose hacia el nombrado. Este intentó extraer algo de su bolsillo pero Marsh fue más rápido y empuñando su pistola de rayos disparó sobre su enemigo. Alcanzado en el pecho, el falso Willy se desplomó.
-¿Cómo... lo supo? -preguntó mientras la agonía iba ganando terreno. Marsh se quitó las curiosas gafas.
-Los respaldos de los sillones son pantallas espciales de rayos X y estas gafas me permitieron observar sus cuerpos con detenimiento. Dentro del cerebro de Willy había algo, un cuerpo extraño, un parásito, una mancha que se agitaba... No sé... ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren?
-La colonia... es un estorbo... para nuestros planes de invasión a la Tierra... pensábamos establecer una base en Venus, y desde allí atacar a vuestro planeta... natal...
El cuerpo sufrió un ligero estremecimeinto y quedó yerto. Paul Marsh se alzó y miró a Carson y Sanders.
-Ustedes dos fueron respetados. Sólo Willy sufrió... esto. Por lo visto la misteriosa esfera no era delirio.
Ahora debían avisar a la Tierra del peligro que la amenazaba.
La primera batalla contra los desconocidos invasores había sido ganada por los terráqueos. Especialmente por uno de ellos: el capitán Paul Marsh, jefe de la primera colonia terrestre en Venus.
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