viernes, 8 de febrero de 2008

Cuento romántico "La pasajera" de Armando Fernández

Malva lo veía todos los días en el colectivo 86. Desde hacía algo mas de seis meses que lo contemplaba. No recordaba exactamente cuándo fue el día en que se fijó por vez primera en él pero estaba segura que había sido un día de invierno. De ésos de ventanillas bajas y gente que tose y estornuda. Él tenía la nariz roja como un tomate y Malva estaba segura que también, algún grado de fiebre.

Le pareció casi un niño a primera vista pero Malva le calculó unos veinticinco por lo menos. Malva tenía veintiuno y habitualmente tomaba el colectivo frente a la estación Liniers rumbo a la zona centro. Él se solía bajar en Once y Malva se quedaba mirando cómo se perdía entre la gente. Siempre iba correctamente vestido y tenía aspecto de empleado de oficina. Tenía manos finas, anteojos y cara de muchacho asustado pero Malva lo encontraba irremediablemente atractivo.

Le había despertado también el costado maternal que toda mujer tiene y poco a poco ese joven que no cesaba de espiar a hurtadillas durante el viaje que solían compartir comenzó a entrar en sus pensamientos.

Más de una vez se descubría fantaseando con él, en su trabajo, en la oficina del contador Aguirre. Malva trabajaba y estudiaba y soñaba con independizarse de sus padres, alquilar un departamento chico e irse a vivir sola para labrar su destino. No era fácil. ¿Qué cosa es fácil para la gente y especialmente para los jóvenes en estos días de fin de milenio? Pero Malva era obstinada y ahorraba todo lo que podía. Cuidaba su trabajo con celo pues no tenía intenciones de engrosar las filas de desocupados que desdichadamente crecían.

Había tenido novio alguna vez, pero no valía nada. Menos mal que la venda se le cayó prontito de los ojos y cortó a tiempo la relación.

Malva se olvidó un poco del otro sexo. Se concentró en su carrera de psicología.

No había caso. Se había enamorado de él. Eso podía parecer absolutamente loco y kafkiano pero así era. Se decía que si llegaba a conocerlo a lo mejor terminaba desilusionándose. Podía pasar, claro. Todo puede pasar en las relaciones humanas. Pero Malva estaba dispuesta a darse una oportunidad de conocerlo. No sabía cómo hacer. Cómo iniciar un dialogo con él. ¿Acaso fingir un tropiezo? ¿Dejar caer algo al piso y que él se agachara a recogerlo para...?

Pero Malva sentía que se moría de vergüenza de sólo pensarlo. No se atrevía aunque estaba segura (dentro de lo que podía estarse) de que a veces él también la miraba.

Malva se sabía discretamente bonita. Tenía una naricita respingada, piernas muy bellas y un aire inevitablemente tímido.

Pensaba cada vez más en él. ¿Cómo se llamaría? ¿Carlos, Mario, Roberto, Rodrigo...? No había caso. No se puede adivinar un nombre guiándose por una cara. A veces viajaban juntos. Algunas, sentados uno al lado del otro. Pero siempre sin hablarse. A Malva se le secaba la garganta cuando lo sentía próximo. ¿Le pasaría lo mismo a él?

El asunto ya la estaba preocupando sobremanera de tal modo que interfería a veces en la concentración necesaria para sus estudios. Su madre, doña Rosalía, terminó por notarlo irremediablemente.

- ¿Algún problema, nena?

- Sí, estoy enamorada... un grave problema -dijo ella mordisqueando la lapicera con la cual estaba tomando apuntes.

- Maravilloso. Y... ¿Cómo se llama?

- Ése es el asunto, mami. Aún no lo sé.

Su madre se la había quedado mirando perpleja.

La cosa podía haberse eternizado, o él simplemente dejar de viajar a esa misma hora y desaparecer de su vida. Preocupada por esto Malva tomo una resolución heroica...

Vino en su ayuda una idea que tuvo al ver una película una noche por TV. Era una cinta policial de la cual Malva ni siquiera recordó la trama. Pero sí una escena que le quedó grabada en la memoria. En ella, la heroína del film le entregaba a un policía, como al pasar y con riesgo de su vida, un papelito con una información vital.

Se quedo tiesa. Cuando la heroína triunfó sobre los peligros Malva recordó aquel viejo adagio "El que no arriesga no gana... "

Ese día subió nerviosa al colectivo. Allí estaba él, sentado en la última fila, en la larga línea de cinco. Malva se fue ubicando despacio entre la gente hasta llegar a su proximidad. Cruzaron miradas durante el viaje. Ya estaban llegando a Plaza Once donde Malva sabía que él, su ilusión de nombre desconocido, descendía.

Entonces resopló, juntó coraje e introdujo la mano en su bolsillo. De allí sacó un sobre cerrado y pequeño que le dio justo cuando él se levantaba para bajarse. Obviamente, el gesto sorprendió al muchacho. Pero tomó el sobre...

Como corría el riesgo de pasarse (y seguro que ya estaba sobre la hora de entrada a su empleo) el muchacho se apeó. Malva y el desconocido se quedaron mirando. Ella sentada en el lugar que él había ocupado junto a la ventanilla y él, parado, aturdido mirándola entre la gente que iba y venía como hormigas.

Sabía las palabras que encontraría cuando abriera el sobre. Algo que decía como “A lo mejor estoy loca pero siento que podés ser el amor de mi vida. Malva”.

Pasó un día complicado en la oficina pensando en lo que había hecho. ¿Cómo reaccionaría él? ¿Qué pensaría de ella? Tal vez nada bueno, quizás la confundiría con una chica vulgar y...

Esa noche en su casa, apenas si probó bocado y durmió bastante mal. Se levantó temprano, se arregló como nunca, se puso el mejor vestido que tenía y cuando estaba en la parada del colectivo sentía que le temblaban las piernas. Casi estuvo a punto de dejar pasar varios vehículos para evitar tener que verlo. Pero razonó que eso no tendría sentido. Tarde o temprano seguro que deberían encontrarse. Volvió a reunir fuerzas y tomó el mismo colectivo de la hora de siempre.

Al subir vio que él estaba allí, sentado exactamente en el mismo asiento de la jornada anterior. Colmada de dudas y vacilaciones se fue acercando. Temblaba, pensando en lo que él podría decirle...

Pero para su sorpresa él ni siquiera la miró durante el viaje y menos aún le dirigió la palabra. Malva se sintió morir. Estuvo a punto de bajarse por el trayecto.

¿Ni siquiera la tomaba en cuenta?

Se hubiera puesto a lagrimear de furia, de impotencia de no tener tanta gente alrededor. ..

Estaban llegando a Plaza Once, él se levanto y pasó a su lado.

Súbitamente Malva percibió que le ponía algo en el bolsillo de su chaqueta.

Fue tan repentino que no le dio tiempo a reaccionar. El muchacho descendió y se la quedó mirando en la vereda mientras el colectivo volvía a arrancar...

Era un sobrecito, similar al que ella le entregara. Malva lo desgarró, impaciente y nerviosa. Había una nota escrita con cuidada caligrafía:

"Te juro que no sabía cómo hacer para hablarte. Mañana es sábado. Iré a la estación Liniers a las doce. No sé si vas a estar, pero allí esperaré. Martín."

Martín. ¡Se llamaba Martín!

Malva estrujo la nota contra su pecho y sus ojos se le pusieron húmedos.

Estaba aturdida, tanto, tan emocionada que ese día se bajó ocho cuadras después de donde debía hacerlo...



FIN
(c) Armando Fernández

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