lunes, 28 de julio de 2008

Cuento infantil: Desde el país de las hadas

La tarde en que todo comenzó, Fabiana estaba haciendo los deberes de la escuela en su cuaderno. Era una fría y desapacible jornada de otoño y la niña encontraba más entretenido observar la caída de las amarillentas y marchitas hojas de los árboles.

En realidad, Fabiana era inteligente e imaginativa. El problema de sus seis años consistía en no saber poner freno a su imaginación, cosa que solía acarrearle no pocos problemas. Ya a los cuatro años hablaba con "amigos imaginarios" en su cuarto y sus padres tomaban estos asuntos con la benévola comprensión que los adultos que conceden a las fantasías infantiles.

Se sentía sola y anhelaba que la panza de su mamá se hinchara y que un hermanito llegara a este mundo para tener con quién jugar. Pero la cintura de su mamá seguía tan esbelta como siempre y la soledad de la niña de nuestro relato continuaba. Era cierto que tenía algunos amigos, compañeritos del colegio. Allí estaban Facundo, Luciano, Daniela, por nombrar algunos. Pero esto no bastaba para satisfacerla.

-Mami, ¿cuándo voy a tener un hermanito?- Solía preguntar cuando estaba en la mesa, durante la cena. Su mamá solía cambiar una mirada entristecida con su padre y replicaba:
-Ya vendrá, cuando Dios lo disponga.

Lo que Fabiana y sus pocos años ignoraban era que su mamá, después de tenerla a ella había quedado en malas condiciones para tener otro bebé. Como sabían que contarle esto era causarle una gran tristeza preferían evitar el tema. De todos modos, la pequeña algo presentía, algo que no podía definir. Con ese sexto sentido que tienen los niños pequeños y también lo animalitos sabía que algo no funcionaba bien, aunque no podía definir qué.

Volvamos a la tarde de aquel domingo en que todo comenzó. Su madre había salido a visitar a su hermana, la tía Rosa, quien vivía en el barrio de Boedo y su padre dormía la siesta en el dormitorio conyugal. Una primera gota se lluvia se estrelló contra el vidrio de la ventana y se derramó como una fina lágrima. Afuera, el viento agitó con furia la copa del añoso árbol que yacía en el jardín. Fabiana se incorporó de su asiento y acercándose a la ventana pegó su naricita contra el vidrio. Y entonces la vio. Sus ojos castaños se dilataron de asombro. Y no era para menos.

La pequeña hada agitaba furiosamente sus alitas luminosas y transparentes y su rostro expresaba angustia y desesperación. Al ver a la niña pegó su rostro al vidrio y por un instante ambas, niña y hada quedaronse mirando. El hada golpeó con sus puños el vidrio y súbitamente Fabiana comprendió que quería entrar. Tomó el pestillo de la ventana y la abrió. Una bocanada de aire frío penetró en la tibieza de su habitación y también el hada. Tras de ella, la niña cerró la ventana. Muy a tiempo. La lluvia comenzaba a caer con violencia.

El hada revoloteó por el interior de la habitación dejando tras sí un filo polvillo luminiscente. Fabiana observaba sus evoluciones, maravillada. Había visto, sí, hadas, gnomos y duendes pero en ilustraciones de libros infantiles, nunca un hada de verdad. Y ahora tenía uno de aquellos fantásticos seres en persona. El hada terminó de revolotear y se posó en puntas de pie sobre su cuaderno. Entonces Fabiana pudo verla bien. Era rubia y de rostro angelical. Su figura era larga y esbelta y las fulgurantes alitas ahora batían pausadamente. Entonces Fabiana descubrió que el ala izquierda estaba quebrada.

-Pobrecita.- Exclamó la niña. El hada temblaba de frío. Fabiana extendió su mano y el hada se posó sobre la palma de la mano de la niña. Entonces la chiquilla la llevó cerca de la estufa. Entonces el hada murmuró:
-Gracias, Fabi.

La aludida volvió a abrir los ojos muy grandes.

-¿Sabés mi nombre?
-Por supuesto. Las hadas sabemos inmediatamente todo de los niños humanos con quienes trabamos relación. Tienes seis años y te aburres soberanamente al hacer tus tareas escolares. Eres muy imaginativa y fantasiosa.
-¿Y vos como te llamás?
-Winnie.
-¿Y de donde venís?
-Del país de las hadas. Un reino que está en lo profundo de los bosques umbríos, pero en una dimensión distinta que la de los seres humanos. Allí habitan duendes, gnomos y otras criaturas menos agradables de mencionar...

-¿Cómo cuáles?
-Los "piskies", los "spriggan", los "brownie", los "boggart" y los más desagradables de todos, los "trolls".
-¿Trolls?
-Sí, ésos. Los peores de todos. Son los seres más elementales de la naturaleza. En los comienzos de la Creación eran gigantescos, pero su raza fue perdiendo estatura aunque no astucia y maldad. Antiguamente solían robar niños humanos y dejaban uno de sus vástagos en reemplazo.
-¿De veras hacían eso? Ay, qué asco.
-Hacían cosas peores que ni siquiera me atrevo a mencionar- Replicó Winnie con un suspiro.
-¿Qué pasó con tu ala?
-Un "troll" me estaba persiguiendo. Quería arrancarme las alas. Debes saber que si a un hada le quitan las alas, le roban el espíritu. Entonces su ser se diluye como humo y es borrada de la memoria de quienes la conocieron. Es como si nunca hubiese existido. Es peor que morir.
-Por eso tenías tanto miedo.
-Sí, por eso- Confesó el hada entristecida.
-Pobrecita. Le diré a mi papá que está durmiendo la siesta que llame a un médico para que te cure.
-Shhh. No hagas eso. Los humanos adultos no pueden ver a las hadas por la simple razón de que han perdido la inocencia primordial.
-Pero tienes el ala quebrada...
-El ala se regenerará sola. Necesito descansar. Ha sido extenuante cruzar la frontera que separa el país de las hadas del mundo de los humanos. Eso siempre agota. El calor de tu estufa me hace mucho bien, estaba perdida en el frío y la tormenta. Gracias nuevamente por abrirme esa ventana.
-¿De donde provienen las hadas?
-Sos curiosa, Fabi.
-Y... sí.
-Nacimos de las lágrimas de los ángeles. Las lágrimas que ellos derramaron cuando se enteraron que el Malo se había rebelado contra el Buen Señor del universo. Por eso somos básicamente buenas y puras, aunque en confianza te diré que también algo traviesas.
-Como los niños.
-Es cierto, no lo había pensado. Como los niños. Ésa debe ser la razón por la que a veces nos ven y podemos comunicamos con ellos. Tal vez los niños también nacen de las lágrimas de los ángeles.
-Quizás somos primos o algo así.


El hada emitió una risita de cristal y revoloteó en tomo a Fabiana. Después volvió a posarse sobre el cuaderno abierto.

-Ya sé cuanto te aburre hacer los deberes.

Su mano trazó un arco en el vacío y un polvo de estrellas cayó sobre las páginas del cuaderno. Fabiana se acercó y miró.

-Ohhh- Dijo. Y tenía razón en su exclamación de sorpresa por todos los deberes que debía realizar, ya estaban hechos. Y muy bien hechos. Al verlos, Fabiana imaginó la buena nota que traería a casa y la consiguiente alegría de sus padres.
-¿Cómo hiciste eso?
-Magia Magia sencilla, por supuesto. Tú me ayudaste y yo he querido agradecértelo. ¿Puedo quedarme a dormir aquí? Me da un poco de miedo regresar a mi país durante la noche. La noche es aliada de cosas funestas y enemiga de las hadas.
-¡Claro que puedes quedarte! ¡Vivaaa!


Pero entonces el hada cambió su gesto. Su sonrisa se trasmutó en una expresión de miedo. Fabiana miró en dirección de la ventana y también se asustó. ¡Un ser pequeño, contrahecho, de gorro verde y ojos fulgurantes estaba parado en el marco de la ventana! Sonreía con ferocidad dejando ver dientes afilados como los de un tiburón.

-¡El "troll"!- Gimió la desdichada hada comenzando a revolotear desesperadamente por la habitación. Al hacerlo, dejaba un fulgurante camino de luz por donde había pasado. Fabiana también tuvo miedo ante aquella visión. El troll extendió sus manos como garras mientras pegaba su rostro al vidrio de la ventana. Luego, súbitamente dio un salto y desapareció.
-Se... fue... - Murmuró la asustada Fabiana con un hilo de voz. El hada cesó en su desesperado revolotear.
-Volverá. Un “troll” nunca cesa en sus propósitos, especialmente si son arrebatarles las alas a un hada Estoy perdida.
-Pues no podrá entrar. Esta habitación está cerrada. Además puedo llamar a mi papá para que lo espante.
-No servirá, Fabi. Los “trolls”, al igual que los duendes, los gnomos y nosotras no pueden ser percibidos por los adultos humanos. Ya te lo dije. Oh, nunca volveré a ver a mis hermanas...

Fabiana enarcó las cejas.

-Ese bicho de porquería no va a hacerte daño. Estás en mi casa y sos mi amiga. ¿Qué cosa puede espantar a un “troll”?
Winnie, el hada, la miró perpleja
-¿Espantar a un “troll”? No hay nada que pueda espantar a un “troll”, puedes correrlo a escobazos, pero siempre volverá de una forma u otra.
-Piensa, piensa, Winnie. Debe haber algo que lo atemorice. Todos nos asustamos por algo, hasta los diablos.
-Bueno... sí, ahora que lo pienso hay algo. Mejor dicho alguien. Es al único ser que habita en el mundo de los humanos a los cuales los trolls tienen un temor invencible.
-Bien. ¿Qué es?
-Un gato. Los “trolls” temen a los gatos. ¿Tienes un gato aquí?


Winnie agitaba sus alitas y se encontraba flotando ante el rostro de Fabiana. El desencanto de la niña la alarmó.

-No tengo un gato aquí. Sólo unos pececitos en la pecera del comedor. ¿No sirven los pececitos?
-El “troll” se los comería de un bocado. No, estoy perdida.


El hada ocultó su rostro entre las manos y comenzó a sollozar. Fabiana se mordió los labios y crispó el puño.

-Espera aquí.- Dijo resuelta y abandonó la habitación, cerrando tras de sí la puerta. El hada quedó solita y muerta de miedo, dando vistazos temerosos hacia la ventana. Entonces, por debajo de la puerta un humillo gris comenzó a expandirse. El hada dio un gemido pues sabía lo que eso significaba. El humillo gris se fue espesando, tomando consistencia El hada., aterrorizada había quedado inmóvil, de pie sobre la mesa donde Fabiana estaba haciendo sus deberes. Finalmente la maligna figura del troll se corporizó.

-Hola, Winnie. La cacería terminó.- Dijo el contrahecho engendro y comenzó a caminar hacía ella.
-Oí todo lo que hablabas con la niña humana... No hay gatos aquí. O sea que estás perdida. Dame tus alas, entrégame tu espíritu y disuélvete como si nunca hubieras existido.

El “troll” dio un salto agilísimo y trepó a la mesa. Sus malévolos ojos emitían un brillo rojizo y sus manos, como garras se tendían hacia la atemorizada e indefensa figurita con alas. Y cuando estaba por atraparla., cuando ya Winnie se resignaba a su cruel destino la puerta se abrió y se oyó una voz.

-Deja a mi amiga, bicho feo y peludo.

El “troll” giró para contemplar a la niña humana que había dado unos pasos y estaba ante él. Su mano derecha estaba tras su espalda., ocultando algo que traía El engendro sonrió mostrando la doble fila de dientes de tiburón.

-No puedes hacerme nada, pequeña tonta. No hay gatos aquí, ya lo sé. Quédate y vé cómo le saco las alas a tu amiguita... quédate y vé cómo se convierte en cenizas ante sus ojos.- Desafió.

Entonces Fabiana mostró lo que traía en su mano derecha y al verlo, el “troll” emitió un grito larguísimo que parecía el raspar de un serrucho desafilado. ¡Era un negro gato... de peluche!

El “troll” se disolvió instantáneamente como humo y desapareció como alma que lleva el diablo... para jamás volver. Fabiana., sonriente mostró el muñecote a la sorprendida hada.

-Pero... no es un gato de verdad... ¡Es un juguete! ¡Sólo a ti pudo ocurrírsete esta idea!- Exclamó el hada.
-Eso mismo. Pero la sorpresa y el susto del “troll” fueron tan grandes que no se dio cuenta y todavía debe estar corriendo hacia su guarida

Entonces el hada se puso a reír a carcajadas hasta que se le cayeron las lágrimas. Y Fabiana también le hizo coro con sus risas. Compartieron esa noche y con las primeras luces del día, el hada se dispuso a partir. Su ala ya estaba restablecida y volaba sin ninguna clase de dificultades.

-Fabi, debo partir. Mis hermanas deben estar preocupadas por mí. Lo siento mucho, me gustaría quedarme más tiempo, pero no puedo.
-¿Volverás alguna vez?
-Trataré. Pero queda poco tiempo, a ti, claro.
-¿Qué? ¿Me voy a morir?
-No, vas a vivir hasta que seas viejita y tu piel se parezca a una pasa de uva pero pronto vas a abandonar el divino período de la inocencia. Nada puede hacerse contra eso. Los niños se convierten en adultos y al hacerla pierden la fantasía primigenia.
- Eso es triste.

-Lo sé. Pero no puede evitarse. Son órdenes de arriba.
-¿De Dios?


Winnie hizo un gesto de asentimiento.

-Pero no me iré sin darte un regalo que sé, valorarás mientras dure tu vida.- Aquí el hada tocó la frente de Fabiana con su pequeña mano y la niña percibió como un leve corriente eléctrica que la recorría. Fabiana abrió la ventana de su cuarto y antes de marcharse el hada evolucionó ante sus ojos dejando trazos de polvos de estrellas en el aire. Después desapareció.

Pasó, el tiempo, como es mandato divino y Fabiana creció. Se transformó en una hermosa muchacha, conoció a un buen hombre, se casó y tuvo tres hijos. Fue muy feliz en su vida familiar y en su profesión. La de escritora, por supuesto. Escritora de cuentos infantiles. En sus relatos plasmó un mundo inolvidable de seres fantásticos y mágicos que obtuvieron la atención de legiones de pequeños lectores. Solía escribir esos cuentos maravillosos, en su cuarto de trabajo, en la fiel compañía de su gata de angora.

¿Adivinan cómo se llamaba esa gata?

Armando Fernández (c) 2008

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