martes, 4 de mayo de 2010

Cuento: El Mensajero de las Estrellas


La mirilla  se corrió y los dos médicos miraron hacía el interior de la celda acolchada. Dándoles la espalda estaba sentado un hombre que miraba la pared con expresión vacía, falta de vida. El doctor Smith hizo una seña al enfermero y éste abrió la puerta de la celda. Los dos médicos entraron, pero el hombre que estaba sentado contemplando fijamente la pared acolchada no pareció haberlos escuchado. Smith miró la cartilla y recitó:
- Sujeto: Piloto de espacionave Frank Gibbons, edad 37 años, soltero. Sexo masculino. Legajo número 5.699.3334.
-¿Qué tiene de particular este interno?- preguntó el doctor Kane. Kane era un recién llegado al Centro Neuropsiquiatrico de Nova Scotia y Smith lo estaba interiorizando de los diferentes casos de desorden mental que estaban en aquella área restringida del instituto.
-Diría que su locura es muy bella, Kane.
-¿Bella? ¿Delira hablando de angelitos o algo así?
-Algo así- comentó Smith.
Kane fue y tocó el hombro del interno y éste, con algo de muñeco, con un movimiento rígido, volvió la cabeza. Entonces Kane tuvo, sin poder evitarlo, un primer escalofrío.
-Pero…este hombre es ciego.
Los ojos increíblemente  azules del piloto lo miraban desde una eternidad galáctica.
-Así es y según el informe de sus compañeros, una luz potentísima lo dejó ciego para siempre.
- Un demente ciego. Es extraño que lo tengan alojado aquí. Debe ser altamente peligroso para que lo hayan puesto en esta celda. Diría que es casi inhumano.
-Es peligroso…para él mismo, por lo menos. Mire- Smith tomó la mano del paciente. Había cicatrices profundas en su muñeca. Kane se mordió los labios.
El hombre ciego sonrió.
-Hola, doctor Smith. ¿Quién es su compañero?
-El doctor Kane, nuevo aquí. Le he hablado de ti, Frank.
-Mucho gusto, doctor- Gibbons tendió su mano en el aire y Kane se la estrechó.
-Debemos seguir recorriendo el área, Frank. Después volveremos.
Salieron de la celda acolchada y tras ellos, el enfermero cerró con llave.
-¿Cuál es la historia, Smith?
-Se la contaré a la tarde, mientras tomamos un café.



Fue Della Trent, la navegante del crucero de patrulla Cisne 4-289 la que lo advirtió primero en el radar. Y sus ojos se desorbitaron.
-Vengan aquí- dijo.
El teniente Frank Gibbons,  y Luke Perry, el comandante, se acercaron. El Cisne estaba patrullando en la órbita de Plutón,  al borde mismo del sistema solar. Más allá se extendía el espacio profundo, en el que las naves de la Federación tenían prohibido penetrar. Más allá se alzaba lo inexplorado y se decía que las leyes de la física no obedecían totalmente a lo que era habitual y conocido por los humanos.
Gibbons y Perry se quedaron  perplejos por lo que marcaba la pantalla del radar. AQUELLO no era un carguero espacial, o sea el tipo de nave más grande construida en la tierra o en los planetas de la Federación.
-Rayos…algo tiene que funcionar mal en el radar. No puede ser tan GRANDE.
Della Trent dio un  vistazo a los instrumentos.
-Todo funciona perfectamente, comandante.
Gibbons dio un silbido.
-Está en el límite del espacio exterior, comandante.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Que está en nuestra área de patrulla, que es una nave desconocida, que es …INMENSA. Y que seguramente proviene del ultraespacio, que está más allá de Plutón… y sabe lo que eso significa.
-Alienígenas, extraterrestres.
-Eso mismo. Estamos en el año 2560 y hemos colonizado casi todo nuestro sistema solar. A excepción de vegetales y formas menores y paupérrimas de vida, no hemos encontrado existencias inteligentes. Nuestras naves de guerra, de turismo, de comercio, y de carga van y vienen, desde Venus a Plutón…pero si el radar no está fallando, esa nave que está pasando ahora por el límite de la órbita plutoniana, no ha sido construida por manos humanas.
- Vamos a interceptar a esos señores, quienes quieran que sean- ordenó Perry.



Tres horas de tiempo espacial después, estaban cerca de la nave desconocida. Ahora podían verla a simple vista. Y toda la tripulación del Cisne contuvo el aliento. La dotación de  quinientos doce tripulantes, que albergaba el crucero de batalla de la Federación, perdió el habla.
Ninguno de ellos había visto jamás algo así. La nave desconocida era descomunal, titánica.
-¿Qué civilización puede haber construido ESTO?
Admiraron las líneas, el diseño de aquella ciudad flotante (porque eso debía ser). Esa supernave seguramente rebosaría de vida inteligente extraterrestre. La respuesta al fin había llegado, la humanidad no estaba sola en el universo.
-Creo que si acelera, nos dejaría atrás en segundos. El Cisne está navegando a la máxima potencia de sus motores, comandante y no podremos mantener mucho tiempo esta velocidad de crucero- advirtió Della Trent.
Perry frunció el entrecejo.
-Y no han respondido a nuestros intentos de comunicación. Nos ignoran.
-Como un elefante a una cucaracha, señor.
Perry tomó una decisión.
-Intentaremos abordarla. Necesitaré tres voluntarios.
-Yo soy el primero- Gibbons alzó la mano.
-Y yo- dijo Della Trent.
-Ya tienen el tercero- murmuró una voz a sus espaldas. Era Baker, uno de los ingenieros de a bordo.
-Puede ser muy peligroso. Los alienígenas, ser agresivos.
-Es el descubrimiento del siglo, comandante. Nos convertiremos en celebridades. Voy a cobrar muy caro las entrevistas que dé a los periodistas- bromeó Gibbons.
-Colóquense los trajes espaciales. Lleven fusiles-láser. Buena suerte.
Unos minutos después, una pequeña nave-patrulla se desprendía del crucero y descontaba distancias navegando, con rumbo a aquella monstruosidad metálica que seguía atravesando lentamente la órbita exterior de Plutón.
-Sigan intentando comunicarse y tengan todos los cañones y misiles listos, para repeler cualquier ataque- ordenó Perry.
El crucero “Cisne” ya estaba listo para combatir, si era necesario, aunque las probabilidades de tal situación indicaban que las cosas no serían fáciles para la nave de la Federación Galáctica.
Perry se preguntó quiénes serían esos seres desconocidos, hacia dónde irían, cuál sería su misión. Preguntas, preguntas, preguntas. Y ninguna respuesta.
-Estamos por abordar, comandante- A través de la radio, le llegó la voz de Frank Gibbons.
-¿Tienen algún modo de penetrar?
-Acaba de abrirse una exclusa en la supernave. Vamos a entrar- volvió a decir Gibbons.
Perry percibió que una minúscula gota de sudor se le deslizaba por la sien.



La nave-patrulla, llegada desde el Cisne, quedo adosada a la exclusa recién abierta. Los tres tripulantes pisaron el interior de la monstruosa supernave desconocida. Llevaban listos los fusiles láser. Atravesaron un largo pasillo y llegaron a un salón.
No había nadie para recibirlos. Se oían zumbidos de maquinarias que trabajaban.
-Miren esto- dijo Baker, el ingeniero y señaló las luminosas y pulimentadas paredes.
-No entiendo a que te refieres- replicó Della.
-Las paredes de metal no tienen remaches. Es como si todo esto, hubiese sido construido en…-Aquí Baker vaciló- .En una sola pieza.
-Eso es imposible. Las naves se construyen por secciones, se ensamblan, se remachan, se sueldan- Ahora Gibbons y la muchacha descubrían, azorados, lo que les mostraba Baker.
La nave parecía estar fabricada efectivamente, en una sola pieza.
-Diablos. Si son capaces de haber construido este titán de metal, en una sola pieza, nos llevan dos millones de año de civilización por delante- Afirmó Baker.
Comenzaron  a marchar. Las salas eran enormes, grandiosas.
-Es como estar…
-En una gran catedral- Completó Della.
-Eso mismo. Los tripulantes deben ser tipos gigantescos. Y cuando aparezcan, seguramente nos pisarán como a insectos.
Y siguieron marchando y marchando y era como estar dentro de una enorme ciudad desconocida que estuviera desprovista de habitantes. Sólo encontraban a su paso, miles de complejos sistemas automáticos que funcionaban, emitiendo distintos silbidos y otros sonidos similares. A cada tanto, se comunicaban con el crucero Cisne . Pero, a la media hora de estar marchando, Baker dio un resoplido y se detuvo.
-Esta nave debe tener tanta longitud como un cuarto de superficie de Plutón. Caminamos, caminamos y cada vez nos alejamos más. Diablos, no sé que pensar. Podría ser una nave completamente automatizada, algo así como una sonda exploradora.
-No lo creo. Tiene que haber tripulantes.
-Quizás una peste los mató a todos.
-¿Y donde están los cuerpos? Y lo más significativo de todo, nuestros sensores no registran la presencia de vida orgánica.
-Una supernave automatizada, se los dije- Se ufanó Baker, que seguía maravillado por el descubrimiento de que la nave, aparentemente, había sido construida en una sola pieza, ya que no existían rastros de remaches ni junturas por ninguna parte. Ahora habían llegado a una inmensa sala abovedada y la sensación de sentirse minúsculos y desvalidos, era casi aterradora.
-Si no han encontrado nada, regresen- La orden de Perry les llegó por radio desde el Cisne.
-Pero, comandante…aún podemos seguir buscando- Protestó Gibbons.
-Registramos un cambio en la velocidad de la supernave. Está acelerando lentamente- Replicó Perry.
-¡Vámonos de aquí! ¡Si aceleran, nos llevarán con ellos quien sabe a donde!- La voz de Della Trent se convirtió en un chillido histérico.
-Tienen razón, regresemos a la nave patrulla y…



Gibbons nunca llegó a terminar la frase. De pronto ante ellos, desde el techo abovedado de la ciclópea sala en donde estaban, se encendió un potente haz de luz. Era un torrente de partículas lumínicas que los deslumbró. Muchas luces y maravillas del cosmos habían visto los astronautas en años de servicio, pero nada como esto. La luz caía en un círculo perfecto, bañando el piso, muy cerca de donde estaban. Fluctuaba y estaba conformada por prismas de colores de increíble belleza. Gibbons se quedó fascinado, mirándola.
Della Trent lo tironeó del brazo.
-¡Vámonos!
Pero Gibbons no le hizo caso y caminó hacía el chorro de luz. Su expresión era fascinada, maravillada.
-¡Sal de ahí, maldito idiota!- Gritó Baker.
Gibbons detuvo sus pasos. Estaba en el centro de la luz. Alzó los ojos hacía las alturas y quedó allí, estupidizado,  como en éxtasis, envuelto por esa maravillosa luz que parecía provenir desde el más remoto rincón de universo. Una luz eterna, inapagable.
Baker y Della Trent no sabían que hacer. La voz del comandante Perry se oyó nuevamente por la radio, urgiéndolos.
-¡Salgan de ahí, rápido!
Baker y Trent entraron en el sector bañado por la fantástica luz y a tirones y empellones, sacaron a Gibbons de allí.



-Interesante relato, doctor Smith.
-Todo lo que le conté, ha sido corroborado por los otros tripulantes del crucero Cisne. A dura apenas lograron abordar la nave de patrulla y regresar a la nave de la Federación.  Gibbons ya estaba ciego. La exposición a esa misteriosa luz afectó para siempre sus retinas-
-¿Y la gran supernave?
-Comenzó a acelerar y poco después dejó atrás al Cisne. Se alejó de la órbita de Plutón y desapareció tragada por el espacio profundo.
-¿Nunca más volvió a saberse de ella?
-No. La Federación  colocó una línea de cruceros de batalla que, desde ese incidente, patrullan constantemente la órbita de Plutón. Ahora sabemos que los alienígenas existen y que un día pueden volver. Si resultan agresivos, vamos a tener muchos problemas. La raza que ha sido capaz de construir una nave así, podría conquistarnos y esclavizarnos…
-¿Se tiene idea de qué tipo de misión ejecutaban los alienígenas?
-Ninguna. No ha podido saberse ni quiénes eran, ni qué pretendían.
Kane dejó el pocillo de café a un lado.
-Es una historia muy rara. Supongo que los tres tripulantes fueron exhaustivamente interrogados por las autoridades.
-Por supuesto. Pero los otros dos, abandonaron poco después el servicio en la Flota de la Federación. Della Trent se enclaustró en un monasterio del Tibet Y Baker, el ingeniero,se convirtió en cabeza de una organización religiosa.
-¿Y Gibbons? No me lo diga, terminó en este neuropsiquiátrico.
Smith sonrió y se incorporó.
-Si quiere escuchar el final de la historia, Gibbons le contará lo que le sucedió…o lo que él cree que le sucedió cuando quedó bajo aquella luz.
-No me lo perdería por nada del mundo.
-Vamos, entonces.



El hombre ciego sonrió.
-El doctor Kane quiere escuchar tu relato. ¿Te molestaría repetirlo?
-No. Claro que no. Orbitábamos en torno a Plutón, cuando…
-No, no. Esa parte no. Ya se la relaté yo. Sólo el preciso momento en que quedaste bajo esa extraña luz.
El semblante de Gibbons adquirió una expresión de suprema paz y alegría.
-Era la luz eterna que baña los mundos, la luz que barre las tinieblas del caos primigenio, la luz que es vida. Fue la última cosa que vieron mis ojos- Murmuró, embelesado.
Kane miró a Smith y éste, con un gesto, le indicó que guardara silencio.
-No era verdad que la supernave  estuviera completamente automatizada, que fuera una nave robot. No era verdad que no hubiera vida inteligente a bordo. La había. Lo supe cuando quedé bañado por aquella luz. Él me habló.
-¿El?
-El único tripulante de la supernave, el Mensajero de las Estrellas. El que habló a mi mente y me explicó que recorre los mundos, buscando encontrar vida racional. Que adopta las formas de cada raza provista de inteligencia, que visita. Que nace entre ellos y se convierte en uno de ellos. Y que les señala el camino de la paz, del equilibro del espíritu y la bondad eterna.
-Vaya, hablas de un líder espiritual.
-Si.
-Pues…vendría bien que alguna vez visite nuestro planeta Tierra. Hay muchos problemas que arreglar aquí. Guerras locales, peste, miseria, avaricia, crimen…
El ciego volvió a sonreír, pero esta vez con un dejo de amargura.
-Ya estuvo en la tierra, hace miles de años…
-¿Qué dices?-
-Y no tuvo suerte con nosotros. Aquí lo crucificaron.


Ilustraciones de Castro Rodríguez
(c) Armando Fernández

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