miércoles, 26 de mayo de 2010
Revista El Federal 200 años
Les recomiendo que lean El Federal 200 años, un país, un libro de oro, realmente una publicación bien hecha, en el que he tenido el honor de colaborar con un artículo sobre las heroínas de la patria.
No se lo pierdan.
No se lo pierdan.
Exposición del Bicentenario en el Museo Arturo Jauretche - Fotos
Estimados amigos:
Es un hecho la Exposición del Bicentenario "Sentir la Patria - la historia en historietas", efectuado en el Museo Arturo Jauretche.
Este 20 de mayo pasado tuvo lugar la inauguración que realmente fue espectacular y contó con la presencia de las autoridades del Museo, Ing. Agustín San Martín, el señor Rubén Stella, Director de Políticas Culturales del Banco Provincia, y los colaboradores del Museo, el señor Alberto DeSanto y la señorita Paola.
Los artistas (dibujantes e ilustradores) que se hicieron presentes fueron Miguel Castro Rodríguez, Martha Barnes, Sergio Ibáñez, Enrique Dicierbi, Mario Schiraldi, Adrián Ruano, Eric Frattini, y el presidente de la Fundación Soldados, Cnel. Gustavo Tamaño.
Fue una noche espectacular y como no podía ser menos, tratándose de la Fiesta de Mayo, hubo empanadas y vino para celebrar.
Les deseo que lo puedan visitar porque realmente es una recorrida por nuestra historia de la mano de los historietistas nacionales que realmente sienten la Patria.
Corte de cinta y apertura de la Exposición.
Mario Schiraldi e ilustración de su autoría.
miércoles, 19 de mayo de 2010
Crítica del libro "El joven San Martín"
A continuación, una revisión de mi libro, publicado el blog de Luis Bordis,
El Joven José de San Martín
Sobre el talento de Armando Fernández ya hable en la entrada a este blog sobre Batallas Argentinas Volumen 1 y aquí solo haría una reiteración de elogios sobre su habilidad narrativa.
Esta breve historia – yo diría novela – nos narra la juventud de José de San Martín la cual fue muy agitada militarmente, donde lucho con contra los moros, los ingleses y los franceses, en el desierto, el mar y en territorio español.
La dinámica de la redacción es ideal para escolares primarios y muy útil para secundarios como lectura previa para comprender al José de San Martin de los libros de Historia.
Cada capítulo es acompañado por una ilustración realizada por Néstor Olivera.
Al finalizar la obra Fernández nos obsequia una muy completa cronología de la juventud del General San Martín desde 1775 a 1812.
Esta obra es también interesante para un publico adulto ya que forma muy amena conoceremos interesantes pormenores de la vida del Libertador, como cuando fue prisionero ingles o como se destaco como estratega a temprana edad, un hombre que libro junto a otros la guerra por nuestra emancipación pero que forjo su temple en las guerras napoleónicas, la guerra más grande conocida en esos días.
Exposición del Bicentenario
Amigos, quedan todos invitados a la exposición del Bicentenario de historieta y militaria "Sentir la Patria, la Historia en Historieta", que tendrá lugar desde el 21 de mayo al 10 de junio en el Museo Arturo Jauretche, Sarmiento 364, Ciudad Autonóma de Buenos Aires, con entrada libre y gratuita.
Ilustración: Martha Barnes. Color: Gonzalo Bravo.
Además de las historietas, allí se podrán apreciar uniformes históricos del Ejército, soldaditos de plomo, militaria, infografías.
Espero que la pasen muy bien
Ilustración: Martha Barnes. Color: Gonzalo Bravo.
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martes, 11 de mayo de 2010
Héroes de Malvinas
Amigos:
Quiero contarles que por razones de trabajo fui a la Guarnición Militar Mar del Plata, donde se conmemoró el 28 aniversario del bautismo de fuego de nuestra artillería antiaérea (1 de mayo de 1982, en Malvinas).
Fue emocionante ver a tanto veterano de guerra junto y volver a escuchar el estampido de esos cañones que defendieron los cielos de la Patria.
Y sigue la ciencia ficción
Está en venta la edición número 31 de Aventurama, a esta horas, un clásico de la ciencia ficción nacional.
Mi contribución es la historia de tapa "Nibla, un amor de otro mundo" y a pedido del editor y por la índole romántico-fantástica del relato, debí utilizar uno de los seudónimos con que firmé muchas historias en la legendaria Intervalo de Editorial Columba
Mi contribución es la historia de tapa "Nibla, un amor de otro mundo" y a pedido del editor y por la índole romántico-fantástica del relato, debí utilizar uno de los seudónimos con que firmé muchas historias en la legendaria Intervalo de Editorial Columba
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El Regreso de Nahuel Puma en Comic.ar
Les anticipo a ustedes, amigos lectores, que la segunda parte será simplemente atrapante y los hará desear que llegue lo más pronto posible la continuación de este joven heredero del legendario Eternauta. Las ilustraciones del maestro Sergio Ibáñez son, como siempre, de primer nivel.
martes, 4 de mayo de 2010
Cuento: Estación Suburbana
La pequeña y sucia estación
suburbana apareció ante los ojos de Ireneo Moyano con las últimas luces del
día.
Percibió el entrechocar de
vagones del tren que, aminorando paulatinamente la marcha, llegaba a detenerse
finalmente. Una mujer gorda que estaba sentada frente a él se levantó, cruzó el
pasillo y descendió. Había pocos pasajeros en el vagón.
Moyano examinó los asientos
rotos, escritos, desgajados. Miró el suelo y vio una ostentosa y oscura
cucaracha reluciente que cruzaba muy oronda el pasillo. Se preguntó vagamente
qué haría esa cucaracha ahí.
"Vivir"-Se respondió,
“todos los seres hacen eso”. Hasta gente como el propio Moyano. En eso la
cucaracha y él no se diferenciaban mucho, tampoco en el hecho de que algún
inadvertido pasajero podía pisarla y convertirla en puré.
A Moyano también podían
"pisarlo", aunque no exactamente en el sentido literal. Dio otro
vistazo distraído al periódico que yacía sobre sus rodillas. Nuevamente el
titular en negras letras atrapó su atención:
"Asesinan a Alfonso
Borghi".
Sonrió para sus adentros. El
conocía esa primicia antes que cualquier diario, incluso antes que la policía y
antes que el portero, que según decían, había descubierto el cadáver de Borghi
navegando en los mares de su propia sangre.
Los macabros detalles mencionados
en la nota policial, hablaban de que parte de la masa encefálica de la víctima
había quedado estampada contra la pared.
Moyano sabía que no exageraban en
lo más mínimo...
Una calibre cuarenta y cinco hace
estragos. Le había volado la cabeza a ese grandísimo hijo de puta y ahora la
muerte de Borghi estaba en los diarios, los noticiarios de la televisión y la
radio.
Es que Borghi era un tipo
importante. Estaba metido en la política, en el mundo empresarial y era
habitual de la noche porteña. Las mejores hembras de la noche se lo disputaban.
Tenía pinta de galán y una billetera que parecía una cornucopia (el cuerno de
la abundancia) porque no acababa nunca de tirar guita.
Bueno, ya no lucía como un galán.
Ahora era un guiñapo ensangrentado, con una etiqueta colgando del dedo de su
pie derecho, acostado en una bandeja de la morgue judicial. “No hay caso”,
reflexionaba Moyano. “El hombre está destinado fatalmente a ser comida de
gusanos. Víene de la nada y vuelve a la nada. Puede farolear esos "cuatro
días locos" que, alguien en alguna parte le concede, pero cuando el piolín
se corta... adiós, muchachos”.
Moyano consultó el reloj. Las
siete y diez y la negrura nocturna ganaba espacio con rapidez. Cayó en la
cuenta que el tren no había vuelto a reiniciar la marcha y vio que algunos de
los pocos pasajeros dialogaban entre sí comentando la demora.
Miró por la ventanilla y
súbitamente le pareció estar en un sitio conocido. Sabía que no era así, que
nunca se había apeado en esa estación, pero el sitio le recordaba algún lugar
de su infancia.
Porque los asesinos también
alguna vez tuvieron infancia. ¿O alguien se cree que nacieron con un arma en la
mano y que en vez de pedir la teta pidieron "la bolsa o la vída"?
Súbitamente Moyano experimentó
una sensación agradable. La plataforma semivacía de la vieja estación suburbana
no le pareció tan lóbrega, tan inhóspita...
Tal vez era que estaba cansado de
escapar. Y eso que hacía menos de veinticuatro horas que escapaba.
Cerró los ojos, un gusto agrio le
subió a la boca. Buscó un cigarrillo y al no encontrar el paquete recordó que
lo había estrujado un rato antes y tirado por la ventanilla, ya vacío. La
necesidad de fumar lo aguijoneó. El hombre siempre es esclavo de algún vicio.
El juego, el alcohol, la droga, el "faso", las minas. Moyano no
estaba seguro de si esto último fuera un vicio pero si lo era, bienvenido.
Entonces descubrió el pequeño
quiosco abierto, encendido como una luciérnaga en la semioscuridad de la
estación. Seguro que ahí había cigarrillos. Se levantó y el periódico se cayó
al piso. No se molestó en recogerlo. Fue hasta la salida del vagón y descendió.
Cuando sus pies pisaron el pequeño andén, Moyano escuchó el pitazo del guardia
y el ronco rugir de la máquina diésel que se preparaba a reanudar camino.
Le agarró como un cansancio...
¡Que se fuera a la mierda ese maldito tren! Y se quedó parado, mientras el
convoy comenzaba a moverse como un entrecortado gusano, hacía la noche
salpicada de luces que esperaba más allá.
Se quedó mirando, hasta que el
tren se perdió tras un recodo.
El quiosquero comenzaba a cerrar
su pequeño boliche y Moyano llegó hasta él.
- Negros con filtro -Pidió y
extendió un billete.
Después, Moyano fue y tomó
asiento en uno de los bancos de la estación. Rasgó el paquete y se llevó a los
labios un cigarrillo. Lo encendió con placer. Un pequeño placer que podía darse
y que obviamente contribuiría a echar más nicotina a sus castigados pulmones.
Fumó en pitadas largas
contemplando lo que le rodeaba. El anciano del quiosco se marchaba cansinamente
por el andén, rumbo a la barrera. Moyano no tenía prisa.
De golpe se le ocurrió pensar que
seguir corriendo era una tontería.
Se sintió como un hámster que
había visto en una veterinaria hacía poco, disparando dentro de una jaulita
circular que giraba y giraba como una pequeña vuelta al mundo. No iba a ser tan
pelotudo como ese ratoncito de largos mostachos que corría y corría despavorido
para no llegar a ninguna parte... ¡Qué joder!
Un hombre solo, sentado en la
silenciosa quietud de una estación suburbana, fumando un cigarrillo. Invisible
para el mundo.
¿Acaso no era la mejor manera de
escapar?
Quedarse quieto. No moverse,
mostrarse aburrido y apacible. Interpretar el papel de un tipo común, quizás un
desempleado, un solitario y no el del asesino por encargo que realmente era.
Borghi no era el primer tipo que
había envíado a la "platea alta", probablemente tampoco sería el
último. Lo relativo a su oficio era sencillo: Si alguién le tenía bronca a otro
por los motivos más variados, lo quería traicionar y asegurarse de no tener
represalias, quería vengarse o lo que fuera. Si lograban conectarse con Moyano
y pagar el precio requerido, podían dormir tranquilos...
La conciencia de los asesinos es
una sustancia adormecida, vaga, sin importancia. Generalmente el asesino no
tiene el concepto lógico de humanidad del resto de la gente común. Si no, no
sería un asesino, no podría dispararle a la cabeza, acuchillar o estrangular a
alguien. No podría meter un cadáver en un pozo con cal viva e irse tranquilo a
encamarse con una mujer o cualquier otra actividad normal...
La conciencia de Moyano era eso,
una entidad amorfa, inexistente, arrinconada en un rinconcito del alma. A su
modo era un monstruo y tal vez estaba vagamente orgulloso de eso.
De lo que sí estaba realmente
orgulloso, era de ser un profesional. Cobraba bien pero no fallaba y nunca se
ataba a nadie. Era como esos lobos solitarios que se apartan de la manada,
porque secretamente desprecian al resto de sus congéneres.
Apareció un chico. Tenía las
zapatillas rotas y mirada huidiza. Un hijo de nadie. ¿Dónde estarían los padres
de aquel pibe?
Moyano imaginó a un tipo en curda
y alguna pobre mujer cargada de hijos, dentro de una casilla de chapas. No le
fue difícil imaginarlo. Así había sido su infancia. Las borracheras de su viejo
y las palizas que su pobre madre se comía.
Y la furia y el rencor creciendo,
como una plantita agazapada en el carozo de su infancia triste y miserable.
Y aquella vez que pretendió
defender a su pobre vieja de la paliza habitual del ebrio y su progenitor le
rompió el tabique nasal de una trompada. Le había quedado nariz de boxeador,
ancha, bulbosa. Viendo venir al pibe, se reconoció en él.
Moyano pibe, solía vagar por las estaciones
suburbanas, robando a los borrachos o aprovechando el descuido de alguno para
arrebatarle el bolso y salir rajando...
Como salió rajando aquella noche
de la casilla en que vivía con sus cuatro hermanitos para no volver nunca más.
Bueno, eso no era totalmente cierto. Volvíó una vez... cuando tenía diecisiete
años y acababa de salir de un correccional...
Volvió para encontrar al viejo
más viejo y más borracho que nunca.
No había nadie en la casilla. Ni
su madre ni sus hermanos. Un vecino le dijo que hacía unos meses que su viejo
vivía solo.
El viejo roncaba como un cerdo,
eructando vino barato entre sueños y la covacha apestaba como siempre. Ahí lo
tenía indefenso, a su merced. Descubrió un bidón con querosene y casi sin
pensarlo roció aquel cuerpo sudoroso, que respiraba entrecortadamente en la
lobreguez de la casucha.
Sacó el paquete de fósforos de su
bolsillo y tomó uno de los palillos. Un solo chispazo, una llamarada y su viejo
iba a entrar en el infierno con todos los honores.
Nunca supo bien qué lo detuvo...
Tiró la caja de fósforos, la
pisoteó con furia en el suelo de tierra y se fue, puteando.
Ese, estaba seguro, fue el último
acto de piedad que tuvo para con la especie humana...
-¿Me da una moneda, don?
El chico tenía un moco que le
salía de la nariz y que bajaba y subía cuando el órgano nasal inspiraba. Era un
moco amarillento, como pus.
Moyano lo vio claramente a la luz
mortecina que iluminaba el andén.
También tenía dientes de conejo,
largos, incisivos... como los de una pequeña rata al acecho.
Moyano metió su mano en el saco,
extrajo la billetera y le alcanzó un billete de cien pesos. El pibe lo miró
maravillado y después parpadeó.
Es que también había advertido la
soberbia cuarenta y cinco calzada en su sobaquera, aguardando, fría, metálica y
lustrosa.
-Tomá... -Le dijo Moyano.
No sabía bien por qué hacía lo
que hacía. No sabía por qué estaba sentado en esa estación suburbana y
mugrienta; ni por qué le daba lo que le daba, a ese pibe rotoso, hambriento y
vagabundo.
A lo mejor; porque muy en el fondo
de su alma, todavía le quedaba un poquito de misericordia.
A lo mejor; porque no se lo
estaba dando a ese pibe. A lo mejor se lo estaba dando a él mismo, a su
infancia pasada, también hambrienta y miserable, plagada de golpes y llantos
maternos.
El pibe le manoteó los cien y se
fue rapidito, como una sombrita veloz hacia la oscuridad al final del andén.
Otro tren venía en sentido
contrario. Un terrible gusano oscuro, rugiente y salpicado de luces. Se detuvo
rechinando como un toro furioso un minuto en la estación, algunos descendieron
y el tren siguió camino. El pitazo perforó los oídos de Moyano que encendió un
segundo cigarrillo.
Ahora se estaba levantando un
poco de frío, pero Moyano sentía la tibieza del banco de madera y la sensación
de estar en un sitio agradable lo seguía manteniendo allí.
Se estaba poniendo viejo, pensó.
Tenía cuarenta y dos y se sentía
viejo. Un verdugo envejece más rápido que la gente normal. En las muertes que
ejecuta percibe, como ninguno, que su propia vida se achica. Nadie mejor que un
verdugo comprende lo breve y fútil de la existencia.
No tenía hambre, ni sueño ni
nada. Quería estar solo sentado en el limbo de esa estación suburbana, cuyo
nombre ni se había molestado en averiguar.
No sabía por qué pero estar allí,
era como si recuperara un poquitito de su infancia, esa infancia en la que no
había nada bueno para recordar, a excepción del rostro de su madre.
Moyano descubrió en esos
instantes que siempre le habían le había gustado las estaciones. Esos lugares
en que la gente siempre está de paso. En las que nadie se detiene demasiado, a
excepción de los vagabundos sin hogar que duermen transitoriamente en ellas.
Es que Moyano también era un
vagabundo sin hogar.
Un tipo que no había echado
raíces ni se había ligado a ninguna mujer. Para esas cosas hay que sentir amor
y Moyano podía sentir hambre, ganas de defecar, de coger, de fumar... pero de
amor, ni noticias.
No le había regalado cien mangos
(¡cien mangos!) a ese pibe por amor. No, nada de eso. No sabía bien por qué lo
había hecho, pero estaba seguro de que no era por amor.
"Esta noche la voy a pasar
sentado en este banco", pensó. “Mientras la cana y los socios de Borghi
buscan y requetebuscan a quien lo despachó, yo voy a estar aquí, sentado como
un croto". El pensamiento le hizo reírse suavemente como si se tratara del
mejor chiste del mundo.
Esa estación suburbana se le
antojaba el perfecto lugar para pasar oculto y desapercibido al resto del
mundo.
Y entonces, algo le hizo
naufragar la sonrisa.
Dos policías venían por el andén.
Y no venían solos...
Traían al pibe del brazo. Moyano
sintió que se le secaba la lengua y los músculos se le tensaban, como cuerdas
de violín.
El tigre que habitaba dentro de
él acababa de despertar. La fiera olía el peligro.
¿Por qué traían al pibito del
brazo y venían directo hasta él?
Optó por hacerse el distraído.
Podía ser perfectamente un pasajero que esperaba el próximo tren. Los canas pasarían a su lado, llevando
detenido al pibe y todo seguiría en paz.
Pero los dos uniformados se
detuvieron ante él.
- Buenas noches, señor -Dijo uno
que tenía bigotes y jinetas de sargento mientras el otro no soltaba al pibe.
- Buenas noches -Replicó
suavemente Moyano.
- Atrapamos a este pendejo a la
salida del andén... Le revisamos los bolsillos y le encontramos cien pesos. El
dice que usted se los dio... ¿Es eso cierto?
El sargento lo miraba con ojos
extraños. Moyano estaba bien vestido e inspiraba cierto respeto.
Los ojos del pibe despavoridos,
se cruzaron con los de Moyano. Había todo un mundo de terror en ellos...
Moyano reflexionó un instante. No
le podía decir que sí a los canas... La siguiente y lógica pregunta sería
"¿Por qué le dio ese dinero al chico?" o "¿De dónde sacó ese
dinero?".
- No, sargento. Claro que no...
-Murmuró.
- Ya sabía yo... Y vos, mocoso...
ahora vas derechito al juez de menores... -El pibe largó un gemido cuando el
otro uniformado le clavó los dedos en el brazo.
- ¡Él tiene un arma! -Gritó el
pibe.
No podía comprender los motivos
de Moyano y devolvía su traición. Pagaba su mentira con una verdad.
- ¿Qué decís...? -Preguntó el
sargento.
- ¡Este coso es un mentiroso! ¡Me
dio la guita y tiene un arma! -Volvió a gritar el pibe.
El sargento giró hacia Moyano.
- Sus documentos, por favor...
-Dijo secamente.
Moyano metió la mano dentro del saco.
Pero ya estaba jugado. No sacó la billetera. En cambio, la cuarenta y cinco
brotó bajo la luz del andén, como una prolongación de su mano.
Disparó a quemarropa sobre el
sargento y lo vio caer con una expresión de sorpresa. El chico dio un grito,
mientras el otro uniformado extraía su reglamentaria.
Moyano cambió el ángulo de tiro
para acribillarlo y en ese instante el pibe se cruzó ante la boca de su arma.
Moyano vio los ojos dilatados de terror de la criatura...
Y no gatilló, porque habría
reventado al chico de hacerlo.
El que sí disparó fue el segundo
policía y Moyano sintió el impacto quemante del proyectil en su cuello. Un
remolino de sangre saltó como surgente mientras trastabillaba y caía.
Un segundo disparo lo alcanzó en
el hombro, pero para ese entonces, ya estaba terminado...
El uniformado auxiliaba a su
compañero y el pibe lloraba de puro miedo. Moyano, tendido en un lago de sangre
hizo esfuerzos por decir algo... y no pudo.
Tuvo un último, fugaz
pensamiento...
¡Que mal negocio era tener piedad...!
Pero no podía disparar contra ese
pibe... hacerlo era disparar contra sí mismo, contra su infancia desventurada.
Se murió enseguida y el solitario
andén suburbano se llenó pronto de gente, de policías, médicos y enfermeros, el
silencio nocturno se astilló con el alarido de las sirenas.
Después de todo, los verdugos
también mueren.
Ilustraciones Castro Rodríguez
(c) Armando Fernández
Cuento: El Mensajero de las Estrellas
La mirilla se corrió y los dos médicos miraron hacía el interior de la celda acolchada.
Dándoles la espalda estaba sentado un hombre que miraba la pared con expresión
vacía, falta de vida. El doctor
Smith hizo una seña al enfermero y éste abrió la puerta de la celda. Los dos
médicos entraron, pero el hombre que estaba sentado contemplando fijamente la
pared acolchada no pareció haberlos escuchado. Smith miró la cartilla y recitó:
- Sujeto:
Piloto de espacionave Frank Gibbons, edad 37 años, soltero. Sexo masculino.
Legajo número 5.699.3334.
-¿Qué tiene
de particular este interno?- preguntó el doctor Kane. Kane era un recién
llegado al Centro Neuropsiquiatrico de Nova Scotia y Smith lo estaba interiorizando
de los diferentes casos de desorden mental que estaban en aquella área
restringida del instituto.
-Diría que
su locura es muy bella, Kane.
-¿Bella?
¿Delira hablando de angelitos o algo así?
-Algo
así- comentó Smith.
Kane fue y
tocó el hombro del interno y éste, con algo de muñeco, con un movimiento
rígido, volvió la cabeza. Entonces Kane tuvo, sin poder evitarlo, un primer
escalofrío.
-Pero…este
hombre es ciego.
Los ojos
increíblemente azules del piloto lo
miraban desde una eternidad galáctica.
-Así es y
según el informe de sus compañeros, una luz potentísima lo dejó ciego para
siempre.
- Un
demente ciego. Es extraño que lo tengan alojado aquí. Debe ser altamente
peligroso para que lo hayan puesto en esta celda. Diría que es casi inhumano.
-Es
peligroso…para él mismo, por lo menos. Mire- Smith tomó la mano del paciente.
Había cicatrices profundas en su muñeca. Kane se mordió los labios.
El hombre
ciego sonrió.
-Hola, doctor Smith. ¿Quién es su compañero?
-El doctor
Kane, nuevo aquí. Le he hablado de ti, Frank.
-Mucho
gusto, doctor- Gibbons tendió su mano en el aire y Kane se la estrechó.
-Debemos
seguir recorriendo el área, Frank. Después volveremos.
Salieron de
la celda acolchada y tras ellos, el enfermero cerró con llave.
-¿Cuál es
la historia, Smith?
-Se la
contaré a la tarde, mientras tomamos un café.
Fue Della
Trent, la navegante del crucero de patrulla Cisne 4-289 la que lo advirtió
primero en el radar. Y sus ojos se desorbitaron.
-Vengan
aquí- dijo.
El teniente
Frank Gibbons, y Luke Perry, el
comandante, se acercaron. El Cisne estaba patrullando en la órbita de
Plutón, al borde mismo del sistema
solar. Más allá se extendía el espacio profundo, en el que las naves de la Federación tenían
prohibido penetrar. Más allá se alzaba lo inexplorado y se decía que las leyes
de la física no obedecían totalmente a lo que era habitual y conocido por los
humanos.
Gibbons y
Perry se quedaron perplejos por lo que
marcaba la pantalla del radar. AQUELLO no era un carguero espacial, o sea el
tipo de nave más grande construida en la tierra o en los planetas de la Federación.
-Rayos…algo
tiene que funcionar mal en el radar. No puede ser tan GRANDE.
Della Trent
dio un vistazo a los instrumentos.
-Todo
funciona perfectamente, comandante.
Gibbons dio
un silbido.
-Está en el
límite del espacio exterior, comandante.
-¿Qué
quieres decir con eso?
-Que está
en nuestra área de patrulla, que es una nave desconocida, que es …INMENSA. Y
que seguramente proviene del ultraespacio, que está más allá de Plutón… y sabe
lo que eso significa.
-Alienígenas,
extraterrestres.
-Eso mismo.
Estamos en el año 2560 y hemos colonizado casi todo nuestro sistema solar. A
excepción de vegetales y formas menores y paupérrimas de vida, no hemos
encontrado existencias inteligentes. Nuestras naves de guerra, de turismo, de
comercio, y de carga van y vienen, desde Venus a Plutón…pero si el radar no
está fallando, esa nave que está pasando ahora por el límite de la órbita
plutoniana, no ha sido construida por manos humanas.
- Vamos a
interceptar a esos señores, quienes quieran que sean- ordenó Perry.
Tres horas
de tiempo espacial después, estaban cerca de la nave desconocida. Ahora podían
verla a simple vista. Y toda la tripulación del Cisne contuvo el aliento. La
dotación de quinientos doce tripulantes,
que albergaba el crucero de batalla de la Federación , perdió el habla.
Ninguno de
ellos había visto jamás algo así. La nave desconocida era descomunal, titánica.
-¿Qué civilización
puede haber construido ESTO?
Admiraron
las líneas, el diseño de aquella ciudad flotante (porque eso debía ser). Esa
supernave seguramente rebosaría de vida inteligente extraterrestre. La
respuesta al fin había llegado, la humanidad no estaba sola en el universo.
-Creo que
si acelera, nos dejaría atrás en segundos. El Cisne está navegando a la
máxima potencia de sus motores, comandante y no podremos mantener mucho tiempo
esta velocidad de crucero- advirtió Della Trent.
Perry
frunció el entrecejo.
-Y no han
respondido a nuestros intentos de comunicación. Nos ignoran.
-Como un
elefante a una cucaracha, señor.
Perry tomó
una decisión.
-Intentaremos
abordarla. Necesitaré tres voluntarios.
-Yo soy el
primero- Gibbons alzó la mano.
-Y yo- dijo
Della Trent.
-Ya tienen
el tercero- murmuró una voz a sus espaldas. Era Baker, uno de los ingenieros de
a bordo.
-Puede ser
muy peligroso. Los alienígenas, ser agresivos.
-Es el
descubrimiento del siglo, comandante. Nos convertiremos en celebridades. Voy a
cobrar muy caro las entrevistas que dé a los periodistas- bromeó Gibbons.
-Colóquense
los trajes espaciales. Lleven fusiles-láser. Buena suerte.
Unos
minutos después, una pequeña nave-patrulla se desprendía del crucero y
descontaba distancias navegando, con rumbo a aquella monstruosidad metálica que
seguía atravesando lentamente la órbita exterior de Plutón.
-Sigan
intentando comunicarse y tengan todos los cañones y misiles listos, para
repeler cualquier ataque- ordenó Perry.
El crucero
“Cisne” ya estaba listo para combatir, si era necesario, aunque las
probabilidades de tal situación indicaban que las cosas no serían fáciles para
la nave de la Federación Galáctica.
Perry se
preguntó quiénes serían esos seres desconocidos, hacia dónde irían, cuál sería
su misión. Preguntas, preguntas, preguntas. Y ninguna respuesta.
-Estamos
por abordar, comandante- A través de la radio, le llegó la voz de Frank
Gibbons.
-¿Tienen
algún modo de penetrar?
-Acaba de
abrirse una exclusa en la supernave. Vamos a entrar- volvió a decir Gibbons.
Perry
percibió que una minúscula gota de sudor se le deslizaba por la sien.
La nave-patrulla, llegada desde el Cisne, quedo adosada a la exclusa recién
abierta. Los tres tripulantes pisaron el interior de la monstruosa supernave
desconocida. Llevaban listos los fusiles láser. Atravesaron un largo pasillo y
llegaron a un salón.
No había
nadie para recibirlos. Se oían zumbidos de maquinarias que trabajaban.
-Miren
esto- dijo Baker, el ingeniero y señaló las luminosas y pulimentadas paredes.
-No entiendo
a que te refieres- replicó Della.
-Las
paredes de metal no tienen remaches. Es como si todo esto, hubiese sido
construido en…-Aquí Baker vaciló- .En una sola pieza.
-Eso es
imposible. Las naves se construyen por secciones, se ensamblan, se remachan, se
sueldan- Ahora Gibbons y la muchacha descubrían, azorados, lo que les mostraba
Baker.
La nave
parecía estar fabricada efectivamente, en una sola pieza.
-Diablos.
Si son capaces de haber construido este titán de metal, en una sola pieza, nos
llevan dos millones de año de civilización por delante- Afirmó Baker.
Comenzaron a marchar. Las salas eran enormes,
grandiosas.
-Es como
estar…
-En una
gran catedral- Completó Della.
-Eso mismo.
Los tripulantes deben ser tipos gigantescos. Y cuando aparezcan, seguramente
nos pisarán como a insectos.
Y siguieron
marchando y marchando y era como estar dentro de una enorme ciudad desconocida
que estuviera desprovista de habitantes. Sólo encontraban a su paso, miles de
complejos sistemas automáticos que funcionaban, emitiendo distintos silbidos y
otros sonidos similares. A cada tanto, se comunicaban con el crucero Cisne .
Pero, a la media hora de estar marchando, Baker dio un resoplido y se detuvo.
-Esta nave
debe tener tanta longitud como un cuarto de superficie de Plutón. Caminamos,
caminamos y cada vez nos alejamos más. Diablos, no sé que pensar. Podría ser
una nave completamente automatizada, algo así como una sonda exploradora.
-No lo
creo. Tiene que haber tripulantes.
-Quizás una
peste los mató a todos.
-¿Y donde
están los cuerpos? Y lo más significativo de todo, nuestros sensores no
registran la presencia de vida orgánica.
-Una
supernave automatizada, se los dije- Se ufanó Baker, que seguía maravillado por
el descubrimiento de que la nave, aparentemente, había sido construida en una
sola pieza, ya que no existían rastros de remaches ni junturas por ninguna
parte. Ahora habían llegado a una inmensa sala abovedada y la sensación de
sentirse minúsculos y desvalidos, era casi aterradora.
-Si no han
encontrado nada, regresen- La orden de Perry les llegó por radio desde el Cisne.
-Pero,
comandante…aún podemos seguir buscando- Protestó Gibbons.
-Registramos
un cambio en la velocidad de la supernave. Está acelerando lentamente- Replicó
Perry.
-¡Vámonos
de aquí! ¡Si aceleran, nos llevarán con ellos quien sabe a donde!- La voz de
Della Trent se convirtió en un chillido histérico.
-Tienen
razón, regresemos a la nave patrulla y…
Gibbons
nunca llegó a terminar la frase. De pronto ante ellos, desde el techo abovedado
de la ciclópea sala en donde estaban, se encendió un potente haz de luz. Era un
torrente de partículas lumínicas que los deslumbró. Muchas luces y maravillas
del cosmos habían visto los astronautas en años de servicio, pero nada como
esto. La luz caía en un círculo perfecto, bañando el piso, muy cerca de donde
estaban. Fluctuaba y estaba conformada por prismas de colores de increíble
belleza. Gibbons se quedó fascinado, mirándola.
Della Trent
lo tironeó del brazo.
-¡Vámonos!
Pero
Gibbons no le hizo caso y caminó hacía el chorro de luz. Su expresión era
fascinada, maravillada.
-¡Sal de
ahí, maldito idiota!- Gritó Baker.
Gibbons
detuvo sus pasos. Estaba en el centro de la luz. Alzó los ojos hacía las
alturas y quedó allí, estupidizado, como
en éxtasis, envuelto por esa maravillosa luz que parecía provenir desde el más
remoto rincón de universo. Una luz eterna, inapagable.
Baker y
Della Trent no sabían que hacer. La voz del comandante Perry se oyó nuevamente
por la radio, urgiéndolos.
-¡Salgan de
ahí, rápido!
Baker y Trent
entraron en el sector bañado por la fantástica luz y a tirones y empellones,
sacaron a Gibbons de allí.
-Interesante
relato, doctor Smith.
-Todo lo
que le conté, ha sido corroborado por los otros tripulantes del crucero Cisne. A dura apenas lograron abordar la nave de patrulla y regresar a la
nave de la Federación. Gibbons ya estaba ciego. La
exposición a esa misteriosa luz afectó para siempre sus retinas-
-¿Y la gran
supernave?
-Comenzó a
acelerar y poco después dejó atrás al Cisne. Se alejó de la órbita de Plutón
y desapareció tragada por el espacio profundo.
-¿Nunca más
volvió a saberse de ella?
-No. La Federación colocó una línea de cruceros de batalla que,
desde ese incidente, patrullan constantemente la órbita de Plutón. Ahora sabemos
que los alienígenas existen y que un día pueden volver. Si resultan agresivos,
vamos a tener muchos problemas. La raza que ha sido capaz de construir una nave
así, podría conquistarnos y esclavizarnos…
-¿Se tiene
idea de qué tipo de misión ejecutaban los alienígenas?
-Ninguna.
No ha podido saberse ni quiénes eran, ni qué pretendían.
Kane dejó
el pocillo de café a un lado.
-Es una
historia muy rara. Supongo que los tres tripulantes fueron exhaustivamente
interrogados por las autoridades.
-Por
supuesto. Pero los otros dos, abandonaron poco después el servicio en la Flota de la Federación. Della
Trent se enclaustró en un monasterio del Tibet Y Baker, el ingeniero,se
convirtió en cabeza de una organización religiosa.
-¿Y
Gibbons? No me lo diga, terminó en este neuropsiquiátrico.
Smith
sonrió y se incorporó.
-Si quiere
escuchar el final de la historia, Gibbons le contará lo que le sucedió…o lo que
él cree que le sucedió cuando quedó bajo aquella luz.
-No me lo
perdería por nada del mundo.
-Vamos,
entonces.
El hombre
ciego sonrió.
-El doctor
Kane quiere escuchar tu relato. ¿Te molestaría repetirlo?
-No. Claro
que no. Orbitábamos en torno a Plutón, cuando…
-No, no.
Esa parte no. Ya se la relaté yo. Sólo el preciso momento en que quedaste bajo
esa extraña luz.
El
semblante de Gibbons adquirió una expresión de suprema paz y alegría.
-Era la luz
eterna que baña los mundos, la luz que barre las tinieblas del caos primigenio,
la luz que es vida. Fue la última cosa que vieron mis ojos- Murmuró,
embelesado.
Kane miró a
Smith y éste, con un gesto, le indicó que guardara silencio.
-No era
verdad que la supernave estuviera
completamente automatizada, que fuera una nave robot. No era verdad que no
hubiera vida inteligente a bordo. La había.
Lo supe cuando quedé bañado por aquella luz. Él me habló.
-¿El?
-El único
tripulante de la supernave, el Mensajero de las Estrellas. El que habló a mi
mente y me explicó que recorre los mundos, buscando encontrar vida racional.
Que adopta las formas de cada raza provista de inteligencia, que visita. Que
nace entre ellos y se convierte en uno de ellos. Y que les señala el camino de
la paz, del equilibro del espíritu y la bondad eterna.
-Vaya,
hablas de un líder espiritual.
-Si.
-Pues…vendría
bien que alguna vez visite nuestro planeta Tierra. Hay muchos problemas que
arreglar aquí. Guerras locales, peste, miseria, avaricia, crimen…
El ciego
volvió a sonreír, pero esta vez con un dejo de amargura.
-Ya estuvo
en la tierra, hace miles de años…
-¿Qué
dices?-
-Y no tuvo
suerte con nosotros. Aquí lo crucificaron.
Ilustraciones de Castro Rodríguez
(c) Armando Fernández
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